Introducción  

  Reseña Histórica  

Con el propósito de presentar un resumen de la labor realizada por los botánicos, que principalmente han contribuido al conocimiento de nuestra flora arbórea, hemos creído conveniente hacer una breve reseña histórica, citando sólo a los autores que han descrito numerosas especies de árboles, o aquellos cuyas obras están destinadas fundamentalmente  a su conocimiento.

Las primeras noticias que los historiadores dan sobre los árboles del país son meramente accidentales, motivados por el interés práctico de uno u otro o por la curiosidad que despertara una especie desconocida.

Las miradas de Europa comenzaron poco a poco a tornarse hacia este lejano país, cuyo suelo virginal parecía invitar a la explotación de sus riquezas. Los primeros europeos que manifestaron interés activo en reconocer este lugar, además de los españoles, fueron los ingleses y franceses. Fue asi como L. Feuillée (1725) publicó el primer atlas de las plantas medicinales del país, en el que figuran las primeras ilustraciones de árboles.

Pero mientras que la laboriosidad de investigadores extranjeros había cimentado las bases para un reconocimiento científico de la flora del país, ya entre los mismos chilenos había surgido un hombre dotado de un espíritu observador e investigador, poco común en aquellos tiempos. En efecto, al abate Juan Ignacio Molina se le reconoce el mérito de ser el primer naturalista nacional, quien en 1782 publicó el "Saggio sulla storia naturale del Chili". En su obra, junto con dar a conocer al mundo científico la primera reseña de nuestra flora y fauna. describe los siguientes árboles: Amomyrtus luma, Araucaria araucana, Aristotelia chilensis, Caesalpinia spinosa, Cryptocarya alba, Gevuina avellana, Gomortega keule, Lithrea caustica, Maytenus boaria, Peumus boldus,  Prosopis chilensis  y Quillaja saponaria.

Estas especies, grabadas en su memoria, las describió en el destierro, lo que explica la inexactitud y brevedad de muchas de sus diagnosis. Posteriormente, en 1810, en la segunda edición del "Saggio", agrega 3 nuevas especies: Luma chequen, Acacia caven y Jubaea chilensis.

A pesar de sus varios errores y defectos la obra de Molina fue la fuente principal de la cual emanaron los conocimientos que sobre la historia natural de Chile poseía Europa final del siglo XVIII.

Carlos III, Rey de España, con la intención de tener un inventario de la flora del Nuevo Mundo envió varias expediciones, una de las cuales estaba destinada a la exploración botánica de Perú  y Chile. Le corresponde a los botánicos españoles Hipólito Ruiz y José Pavón y al médico francés José Dombey recolectar en nuestro país. Después de su llegada a Talcahuano en 1782, recorrieron  la Región del Bío-Bío, visitando detenidamente las localidades de Concepción. Rere, Itata y Arauco. Como resultado de estas colecciones publicaron dos grandes obras: "Systema vegelabilium florae peruviana et chilensis"... y "Flora.peruviana et chilensis"... En ellas dieron a conocer los siguientesárboles: Aextoxicon punctatum, Azara integrifolia, Azara serrata, Citronella mucronata, Escallonia pulverulenta, Escallonia revoluta, Kageneckia oblonga, Laurelia sempervirens, Lomatia dentata, Persea lingue y Pitavia punctata.

Las plantas que recolectó Dombey fueron estudiadas principalmente por A. P. de Candolle en su voluminosa obra "Prodromus systematis naturalis regni vegetabilis...",  donde describió para Chile las siguientes especies: Myrceugenia exsucca, Myrceugenia obtusa, Myrceugenia parvifolia, Luma apiculata, Pouteria splendens y Escallonia myrtoidea, esta última recolectada por Bertero.

Carlos III, junto con financiar los trabajos de Ruiz y Pavón, envió alrededor del mundo una expedición hidrográfica comandada por A. Malaspina (1789- 1794). Thaddaeus Haenke y Luis Neé participaron como naturalistas de esta expedición.

Neé recolectó en San Carlos de Chiloé (Ancud), Talcahuano, Concepción y Cordillera de los Andes, material que en gran parte fue estudiado por Antonio José Cavanilles y dado a conocer en "Icones et descriptiones plantarum...", donde describe: Caldcluvia paniculata, Corynabutilon vitifolium, Eucryphia cordifolia, Lomatia ferruginea, Schinus polygama y Weinmannia trichosperma.

A comienzos del siglo XIX llegaron a Chile numerosos naturalistas ingleses, italianos, franceses y alemanes, los cuales, sin ser miembros de grandes expediciones, permanecieron a menudo varios años en nuestro territorio efectuando una considerable colección de la flora. Por haber aportado material para el descubrimiento de nuevas especies arbóreas, sobresalen Bertero, Cruckshanks, Cuming, Gillies y Caldcleugh.  Estas plantas, enviadas posteriormente a Europa, sirvieron de base a otros autores para sus descripciones.

Hooker y Arnott, fundamentalmente en "Botanical Miscellany" y en "The Botany of Captain Beechey's Voyage", describen entre 1830 a 1833 las siguientes especies: Blepharocalyx cruckshanksii, Coprosma pyrifolia, Cordia decandra, Escallonia callcottiae, Geoffroea decorticans, Myrceugenia correifolia, Myrceugenia fernandeziana y Myrceugenia planipes.

David Don también tuvo acceso a este material y dio a conocer durante estos mismos años los siguientes árboles: Austrocedrus chilensis, Azara celastrina, Dasyphyllum excelsum, Kageneckia angustifolia, Pilgerodendron uviferum y Podocarpus saligna.

Con el nacimiento de la República, es el Gobierno quien se interesa en conocer sus propios recursos y contrata en 1830, con este fin al naturalista francés Claudio Gay. Este inició su obra con esmero y dedicación; después de recorrer durante 12 años nuestro territorio, desde Copiapó a Chiloé, volvió a Francia para estudiar junto a sus colaboradores el abundante material recolectado.

En 1867 quedó terminada la obra "Historia Física y Política de Chile", formada por 28 tomos: 8 de Zoología, 8 de Botánica, 8 de Historia, 2 de Documentos y 2 de Agricultura, además un Atlas con 318 láminas.

Esta obra, que en gran medida fue impulsada por el espíritu visionario del Ministro Diego Portales, marcó el inicio de nuestro desarrollo económico y Chile fue el primer país americano en poseer un estudio exhaustivo de sus recursos naturales renovables. Gay, junto con dar a conocer toda la información de la flora chilena, describió las siguientes nuevas especies: Beilschmiedia berteroana, Beilschmiedia miersii, Crinodendron hookeranum y Pseudopanax laetevirens.

A pesar de toda la laboriosidad de Gay, la flora de Chile era demasiado rica para que un solo observador y coleccionista pudiera registrar todas sus especies. En 1851 el país tuvo la suerte de incorporar al estudio de las ciencias naturales a otro eminente científico. Rodulfo Amando Philippi, quien continuó con la fructífera labor iniciada por Gay.  Philippi, junto con darle un renovado impulso al Museo de Historia Natural, emprende nuevas expediciones. De todas ellas, posiblemente la más importante es la efectuada al desierto de Atacama, aportando los primeros datos de su flora y fauna, hasta ese momento totalmente desconocida.  Describió para Chile 12 especies arbóreas: Amomyrtus meli, Drimys confertifolia, Helianthocereus atacamensis, Legrandia concinna, Nothofagus glauca, Nothofagus nitida, Polylepis tarapacana, Prosopis tamarugo, Rhaphithamnus venustus, Sophora fernandeziana,  Sophora masafuerana  y Sophora toromiro.

Otro eminente naturalista europeo fue Carlos Reiche, quien durante su larga permanencia en nuestro país, cerca de 20 años, dedicó lodo su esfuerzo al conocimiento de nuestra flora. Su obra más importante. "Estudios críticos sobre la flora de Chile", publicada en 6 tomos desde 1896 a 1911, aporta una información casi completa de nuestras dicotiledóneas y por lo tanto, de la mayoría de los árboles. Incluye claves analíticas y es por esto la primera obra que permite identificar especies.

Otto Urban, quien fue Director del Colegio Alemán de Osorno, publica en 1934 "Botánica de las plantas endémicas de Chile", obra de gran valor que incluye numerosas especies arbóreas, permitiendo reconocerlas con facilidad mediante sus  claras descripciones y abundantes ilustraciones.

Mas recientemente, una fecunda y dilatada labor en el conocimiento de nuestra flora arbórea la realizó Carlos Muñoz Pizarro. Así, en 1959, aparece su "Sinopsis de la Flora Chilena", obra que permite al botánico y público en general obtener un conocimiento global de los géneros de plantas vasculares. Agrega además un apéndice con una clave para la determinación de nuestras especies arbóreas. Con la finalidad de permitir a un vasto público la identificación de las principales especies arbóreas chilenas, edita posteriormente una ingeniosa regla móvil.

En  1966  Muñoz Pizarro publica "Flores Silvestres de Chile", obra que incluye a algunos de nuestros árboles más hermosos y que se destaca por la calidad de su presentación y la belleza de sus láminas. Su última obra. "Chile: plantas en extinción", publicada en 1973, es el resultado de su constante preocupación por la conservación de nuestro patrimonio vegetal. Muchas especies descritas e ilustradas en este trabajo son especies arbóreas en vías de extinción, y ellas continúan aún seriamente amenazadas, a pesar de haber transcurrido 10 años desde la publicación de esta obra.

Un trabajo con carácter especialmente práctico es el manual de Claudio Donoso, titulado "Dendrología, Arboles y Arbustos Chilenos", publicado en 1974. el que incluye casi un centenar de especies leñosas.

Finalmente, Adriana Hoffmann, en su obra "Flora  Silvestre de Chile, Zona Central" editada en 1980, entrega descripciones y láminas de las especies arbóreas que crecen entre Los Vilos y el río Maule. En 1982 aparece el volumen correspondiente a la Zona Austral, en cuya primera parte presenta 49 árboles que crecen entre el río Maule y Chiloé.  Mérito de la autora es el hecho de dar a conocer una guía de campo para todo público, en la cual las descripciones morfológicas e ilustraciones caracterizan muy bien a las distintas especies.

La obra que tenemos el agrado de ofrecer es el resultado de un largo trabajo de recopilación bibliográfica, recolección de material y esmeradas ilustraciones; todo ello, con la intención de permitir a un amplio público conocer uno de los recursos más bellos que posee nuestro país: sus árboles.

  Definición de árbol  

Chile posee 123 especies arbóreas y a pesar de que están presentes en todas las regiones de nuestro territorio, ellas recién forman bosques densos y extensos a partir de la Zona Central de nuestro país. A medida que se avanza hacia el sur, los árboles aumentan de tamaño y densidad y es allí donde el bosque alcanza toda su magnitud, tornándose impenetrable, sombrío y silencioso.

El número de especies está en gran parte determinado por el concepto que tengamos de árbol. En el presente libro se ha considerado como tal a toda planta leñosa que posee un tronco erecto, no ramificado cerca de la base, mayor de 10 cm de diámetro a la altura del pecho y una altura mínima de 3 m.

Con esta definición se excluyen las especies arbustivas. Desafortunadamente no es fácil delimitar a ambos tipos de formas de vida, ya que a menudo existen ejemplares con caracteres intermedios; por esta razón hemos colocado al final de las especies típicamente arbóreas a un grupo de plantas arborescentes.

  Especies autóctonas e introducidas  

La finalidad básica de esta obra es la de poner al alcance de un amplio público un trabajo que permita conocer las especies de árboles nativos de Chile, es decir, aquellas especies que han poblado en forma natural nuestro territorio, lo cual indica que su presencia en nuestro país no se debe a la intervención del hombre. Ello implica excluir a numerosas especies comunes y a menudo consideradas chilenas, como es el caso del sauce llorón (Salix babylonica) y del álamo (Populus nigra). A muchos llamará la atención, ya que pertenecen a nuestro paisaje de la Zona Central, pero no por ello dejan de ser especies introducidas y propagadas, por lo general, de manera artificial.

Especies no tan típicas como las anteriores, pero también profusamente cultivadas son: aromo (Acacia dealbata), aromo australiano (Acacia melanoxylon), acacio (Robinia pseudoacacia), ciprés (Cupressus sempervirens), eucalipto  (Eucalyptus globulus) y pino (Pinus radiata). Muchas de estas especies poseen cada vez mayor importancia debido a las extensas superficies que cubren y que han desplazado o extinguido muchos árboles nativos. Otras se cultivan como plantas ornamentales, o por sus flores o frutos. Sus descripciones y características se encuentran en muchos textos extranjeros, de allí nuestra intención de excluirlos.

Deseamos que esta obra permita apreciar la belleza de nuestros árboles y que en el futuro sean el avellano, roble, mañio, queñoa, ñirre o notro los que reemplacen a las especies exóticas que adornan plazas, jardines o paseos públicos.

  Nombres científicos y vulgares  

La necesidad de dar nombre a los objetos y la ventaja práctica que ello significa se explica por sí sola. La ciencia no escapa a ello y cada disciplina posee un lenguaje propio que le permite denominar con exactitud objetos o fenómenos, los cuales, debido al uso restringido que poseen, no son familiares  para el gran público que, por lo tanto, es reacio a hacer uso de ellos.

En el presente libro todas las especies junto a su nombre científico llevan el nombre vulgar. Los nombres vulgares poseen la ventaja de que son palabras conocidas, es decir, frecuentemente usadas y, por lo tanto, se prefiere su uso antes del nombre científico, el que está en latín, idioma que no es familiar.

Desgraciadamente el uso del nombre vulgar tiene serias limitaciones. Es cierto que existen nombres que se refieren con toda precisión a una especie; por ejemplo: el quillay, el litre o el boldo. Esto se debe a que tales plantas son frecuentes en una extensa zona del país y poseen características tan sobresalientes y únicas que impide su confusión con otras. La gran mayoría de las plantas no posee caracteres sobresalientes, por el contrario, son pequeñas, herbáceas, poco frecuentes y sin aplicación  alguna. Estas plantas pasan inadvertidas y no tienen nombre vulgar, siendo para ellas el nombre científico una necesidad.

La estrecha concordancia de un nombre vulgar con el nombre científico sólo es excepcional y a menudo el nombre vulgar es usado para denominar a diferentes especies, lo que acontece a nivel internacional y nacional.  Así, por ejemplo, el laurel conocido en España, y cuyas hojas se usan como condimento, corresponde a la especie cuyo nombre científico es Laurus nobilis, mientras que en Chile este mismo nombre se refiere a Laurelia sempervirens, árbol apreciado por su madera. Del mismo modo, los robles en Chile pertenecen al género Nothofagus, mientras que en Europa ellos son especies del género Quercus; es decir, un mismo nombre vulgar es usado en Chile y en España para nombrar especies diferentes. Ello se debió a que los conquistadores creyeron que las plantas encontradas  en los nuevos territorios descubiertos eran parecidas  con las que ellos conocían en su patria, llamándolas consecuentemente con los nombres que les eran familiares.

Este hecho a su vez se ha repetido en numerosas oportunidades a nivel local, dándole a las plantas el nombre común que permite relacionarlas con otras muy conocidas. Así, por ejemplo, a todas las plantas cuyas hojas o frutos son semejantes a las del olivo se les conoce en nuestro país como olivillo, de tal modo que bajo este mismo nombre se conocen las siguientes especies: Coprosma pyrifolia en el Archipiélago de Juan Fernández, Kageneckia angustifolia en la Zona Central y Aextoxicon punctatum en las Zonas Central y Sur.

Como se puede apreciar, a pesar de lo fácil que es retener los nombres vulgares, ellos a menudo inducen a confusiones, ya que por lo general un mismo nombre se refiere a varias especies.  De acuerdo con esto es fácilmente comprensible que para beneficio de la ciencia, cada especie debe tener un solo nombre, que signifique para cualquier habitante del mundo la misma cosa, lo que solo se consigue usando el nombre científico. Es así como el nombre científico usado para el litre, Lithrea caustica, significa para toda persona, no importando el idioma, una sola especie, con características claramente definidas.

El nombre científico no solo tiene la particularidad de individualizar a una planta sino que además indica su género, la ubicación de este en su familia, la posición de la familia en un orden, clase y, finalmente, la división correspondiente. Es decir, la sola mención de un nombre científico desencadena una serie de razonamientos que facilitan, directa o indirectamente, la retención de una serie de características y permite, por consecuencia, deducir relaciones. En el caso de Lithrea caustica su nombre nos permite ubicarlo en una familia, Anacardiacea, familia que tiene muchas especies distribuidas en diferentes continentes, ligadas por características comunes.

  El nombre científico  

El nombre científico es una expresión binomial. Lithrea caustica es la combinación del nombre del género: Lithrea y el epíteto específico: caustica. Estos nombres corresponden a palabras latinas o latinizadas y están reguladas por el Código Internacional de Nomenclatura Botánica.

El epíteto específico es un adjetivo que debe concordar gramaticalmente con el género.   Los árboles en latín se consideran por lo general del género gramatical femenino y, por ello, se les denomina en la misma forma en la nomenclatura binaria, por ejemplo: Podocarpus saligna, Nothofagus alpina, son nombres específicos femeninos.

Si la especie se dedica a una persona, el apellido de ésta demostrará dos formas gramaticales diferentes, o bien es un adjetivo: Beilschmiedia berteroana (dedicada a Carlo Bertero) o un sustantivo en caso genitivo:  Beilschmiedia miersii (dedicado a John Miers). También se ha adoptado en muchos casos  como nombre específico el nombre vulgar de la especie, por ejemplo: Gevuina avellana (avellano), Gomortega keule (queule), Persea lingue (lingue), etcétera.

La persona que por primera vez descubre a una especie, coloca su apellido o la abreviatura de este después del nombre científico. Linnaeus describió un gran número de especies y debido a ello es frecuente encontrar después de muchos nombres científicos la letra L. ej.: Schinus molle L.

Sucede que a menudo una misma especie se ha descrito bajo géneros diferentes y al ser transferida  al nuevo género conserva el epíteto específico y el nombre correspondiente del primer autor se coloca entre paréntesis seguido del autor que hace la nueva combinación. Así. por ejemplo, el abate Molina describió al litre como Laurus caustica, es decir, estimó que esta especie estaba estrechamente  relacionada con el laurel europeo, Laurus nobilis. Los botánicos Hooker y Arnott advirtieron este error y lo transfirieron al género Lithrea, quedando su nuevo nombre como: I.ithrea caustica (Molina) Hooker et Arnott.  El nombre de la especie que describió Molina, es decir Laurus caustica, se denomina "basiónimo", porque en él se basa la nueva combinación.

Frecuentemente una misma especie ha sido descrita como nueva en varias oportunidades. En este caso se debe usar el nombre más antiguo y es el que se considera como válido. Todos los nombres que se dieron a conocer con posterioridad se denominan "sinónimos".  Se puede apreciar que las especies chilenas poseen una abundante sinonimia  debido fundamentalmente a que las descripciones se realizaron en revistas o libros que no siempre  estuvieron al alcance de todos los botánicos, y otros autores, en desconocimiento de esta literatura, volvieron a describir una especie bajo otro nombre, convencidos de que lo hacían por primera vez.

Cuando algunos nombres científicos llevan entre sus autores la palabra "ex", significa que el primer autor propuso el nombre, pero jamás lo publicó; posteriormente otro botánico describió la planta usando el nombre propuesto y cita el nombre de la primera persona junto al de él, uniéndolas con la palabra "ex", por ejemplo: Boehmeria excelsa (Bertero ex Steudel) Weddell. Bertero en este caso propuso el nombre, pero fue Steudel quien describió la planta como Procris excelsa Bertero ex Steudel. Posteriormente Weddell transfirió a esta especie al género Boehmeria, quedando el nuevo nombre: Boehmeria excelsa (Bertero ex Steudel) Weddell, que es como actualmente se conoce.

  Sistemática y descripciones  

El estudio taxonómico de cada una de las especies arbóreas incluye una revisión bibliográfica completa, desde los trabajos originales hasta monografías y estudios específicos, esto permite entregar la sinonimia de ellas, la iconografía clásica y datos fidedignos de citas de autores.

El orden seguido en la descripción empieza con el tamaño del árbol, dimensiones del tronco, detalles de la corteza y del follaje, sigue con la disposición, morfología y dimensiones de las hojas, tamaño y forma de flores e inflorescencias y termina con las características y dimensiones de frutos y semillas.

Como complemento de las descripciones, se indica el nombre vulgar, distribución geográfica, consideraciones ecológicas y usos que se conocen para los árboles o su madera. Además, en algunos casos, se agregan observaciones taxonómicas que contribuyen a aclarar nombres específicos determinados

  Importancia científica del bosque  

El bosque es el producto de una larga evolución en la cual se ha logrado un estrecho equilibrio entre la vegetación y el medio, equilibrio que desafortunadamente es extremadamente frágil, pues basta una pequeña modificación para que el desarrollo y reproducción de las especies se vean alterados. El hombre, con el afán de aprovechar su madera, con la finalidad de cultivar las tierras, o bien, sólo por destruir, quema grandes extensiones de bosques, inconsciente de que este era el producto de millones de años de evolución.

Importante es señalar el interés científico que posee este bosque, ya que él representa la masa boscosa más austral del planeta y es el remanente de una flora mucho más rica y extensa que alcanzó latitudes mucho más meridionales que las actuales.

La presencia de familias, géneros o especies en continentes ahora lejanos confirman la estrecha relación y su origen común. Así, las familias Proteaceae y Cunoniaceae no sólo están presentes en Chile, sino que también en Africa, Australia y Sur de Asia. Los géneros Nothofagus y Aristotelia están también presentes en Australia y Nueva Zelandia.

A diferencia de lo que sucede con la flora del Hemisferio Norte, la flora austral es poco conocida; sólo algunos países de este Hemisferio cuentan con un estudio detallado de sus componentes, a pesar de su trascendental importancia. Todavía se plantean preguntas fundamentales sobre el origen mismo de las Angiospermas, las cuales en gran medida sólo podrán conocerse cuando el conocimiento  de esta vegetación se intensifique. La presencia de plantas con rasgos muy primitivos permiten deducir las características que tuvieron sus primeros representantes y conocer de este modo las tendencias evolutivas que dieron origen a las plantas más avanzadas.  Así sucede, por ejemplo, con Drimys winteri, el cual además de sus caracteres florales primitivos también posee una estructura del xilema donde no existen vasos, que lo relaciona con las Gimnospermas.

No sólo al botánico despierta este bosque un profundo interés, sino que a toda persona que sabe apreciar lo bello. Su sombra, silencio y fragancia producen una extraña sensación que el poeta ha interpretado en toda su magnitud al escribir "Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta" (Pablo Neruda, "Confieso que he vivido").

  Destrucción del bosque  

El proceso destructivo del bosque ha sido rápido. A mediados del siglo pasado estaban intactos y aún a fines del mismo existían grandes extensiones boscosas. A mitad del presente siglo muchas especies se vieron amenazadas por la excesiva  explotación y en este momento varias de ellas en claras vías de extinción. Fue suficiente un período aproximado de 100 años para que el hombre  arrasara con uno de los bosques más interesante, endémico y maravilloso del mundo.

Algunas especies, por su gran tamaño y su apreciada madera, fueron taladas sin limitaciones y consecuentemente debido a su lento crecimiento, 200 a 1.000 años, les será muy difícil volver a formar bosques extensos; es el caso de la araucaria (Araucaria araucana), el alerce (Fitzroya cupressoides), el ciprés de las Guaytecas (Pilgerodendron uviferum) y el lingue (Persea lingue), que se encuentran entre las especies más perjudicadas por una irracional explotación.

Otras especies, en cambio, no poseen una madera apreciada, pero tampoco escaparon de la destrucción. La reforestación con especies exóticas mucho más agresivas que las nativas les impiden competir, provocando con ello su desaparición. Es posible que a fines del presente siglo estas especies sólo estén representadas en los herbarios;así sucede, por ejemplo, con el queule (Gomortega keule) y el pitao (Pitavia punctata), que ya son extremadamente escasos.
La introducción del pino (Pinus radiata) ha sido muy perjudicial para la existencia del bosque nativo; su plantación en forma masiva cubre extensas superficies especialmente entre los ríos Maule y Malleco. No desconocemos la importancia económica que poseen estas plantaciones, pero debemos dejar en claro que estos monocultivos encierran un enorme peligro frente al ataque de plagas y al progresivo desplazamiento de las especies forestales naturales del país. Otra situación que plantea el bosque de pino es la eliminación casi total de otro tipo de vida silvestre, cosa que no sucede con el bosque nativo, bajo el cual coexiste una abundante flora y fauna.

Uno de los flagelos más terribles de la vegetación arbórea es el fuego. El rayo es a veces un elemento natural que inicia un desastre; pero el peor de todos es el fuego intencional o descuidado hecho por el único animal del mundo capaz de hacerlo: el hombre.

Es cierto que muchas veces un bosque quemado volverá a poblarse, que la vida silvestre vuelve a aparecer, más lo que se reconstituye es apenas el remedo, la sombra, el esbozo de lo que fue. En otras palabras, casi toda asociación arbórea que ha sido destruida no retoma sus características primitivas; solamente en un plazo muy largo ello podría ser posible, si es que las condiciones lo permiten. No obstante, como la acción humana se hace sentir corrientemente sobre estas áreas, es difícil que en ellas se cumpla tal renovación o retorno, más aún, puede que las nuevas condiciones no sean las más propicias para que esto suceda.

Por otra parte, como ya se dijo, existen especies de dispersión muy reducida y cuya desaparición en gran parte del área que ocupan, a causa de un incendio, las deja reducidas a pobres colonias o poblaciones en desequilibrio con desventaja ante los factores competitivos que obran sobre ellas. Es triste ver en la Cordillera de Nahuelbuta, en los bosques sureños y australes, araucarias, coihues, cipreses, mañíos, lengas y alerces en laderas semidesnudas, con troncos secos elevándose al cielo como espectros sombríos, mudos testigos de la inconsciencia humana.

Estimamos que es un deber, desde esta obra dedicada al árbol chileno, mantener la voz de alerta y señalar, aunque sea en forma majadera, que el incendio de un bosque, cualquiera que sea su origen, es una trágica fuerza de desequilibrio que altera substancialmente la armonía de la naturaleza y cuyas funestas consecuencias, múltiples y variadas, las sentirá el hombre tarde o temprano, a través de esta generación, o las siguientes.

  Rodríguez, R., O. Matthei & M. Quezada. 1983. Flora Arbórea de Chile. Editorial de la Universidad de Concepción, Chile. Versión Digital en Internet. URL: http://www.chilebosque.cl/libro_flora_arborea.html  
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